




Jerónimo de Estridón, patrón de los traductores, tradujo la Biblia al latín en el siglo V d.C. (hasta ese preciso momento, el documento estaba disponible en lengua griega y hebrea). Vanguardista de entonces, representa un estudioso de las lenguas clásicas, un docente ejemplar, un traductor reseñable que huía de la literalidad de la “palabra por palabra”, prefiriendo traducir “sentido por sentido”.